CHRIS LIEBING: EL ALQUIMISTA DEL TECHNO.

Cada fin de semana, gente de todo el mundo acude a almacenes abandonados, búnkeres olvidados y clubes llenos de humo. Van en masa buscando una cosa: Perderse en la pista de baile durante horas y horas. Este es su templo. Y el maestro de ceremonias, el chamán que los guía a lo largo de su viaje, es el DJ.

Uno de los más altos sacerdotes del techno es Chris Liebing. Este nativo de Frankfurt, Alemania, lleva más de 20 años haciendo bailar a públicos de todo el planeta. Para él lo importante no es pinchar un éxito tras otro. Prefiere transportar a su público a otra dimensión.

“No tengo nada contra esos momentos de clímax y demás, pero lo importante es transportar al público a un mundo tan diferente que olviden dónde están, qué buscaban e incluso por qué han salido de marcha, y lleguen a pensar ‘¿Qué acaba de ocurrir? ¿Qué ha sido eso?

En el techno underground, los clímax son limitados. Ocurre más bien que el DJ mueve al público creando tensión y soltándola, contando una historia sonora mediante su selección de música y los contrastes entre los sonidos.

“Quiero crear una alfombra de sonido, un ambiente que haga a la gente perderse durante un buen rato. Y de eso se trata. No se trata de la gratificación instantánea”.

Quizá empiece con un tema fuerte para caldear al público. A medida que aumentan sus pulsaciones, un bombo potente e imparable les induce a un estado profundo de trance. A continuación les lanza breakbeats con cajas punzantes, para pasar justo después a algo más funky y desdibujado. El bajo atraviesa al público como si se tratara de olas, haciendo que sus cuerpos salten, se agiten y llenen la sala.

“Crea una especie de atmósfera sin muchas interrupciones, sin ninguna interrupción o sólo con las interrupciones que quieres tener porque deseas controlar la energía o cambiar la emoción”.

Sin avisar, el DJ corta los bajos y añade un poco de tensión manteniendo el ansiado ritmo. La anticipación se intensifica mientras sirenas y chirridos metálicos sobrevuelan la sala. El público empieza a lanzar silbidos de expectación. De repente, el ritmo cae como un mazo. El público ruge con una sola voz y baila aún con más intensidad.

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